el ornitorrinco ya está aquí

El ornitorrinco da un paso adelante y se adentra en el mundo virtual.

En el mundo real soy una persona que carece de todo sentimiento de simpatía hacia cualquier ser vivo que no sea humano, de ahí mi nombre. El ornitorrinco es el animal que más se parece al ser humano: es extraño, raro, heterogéneo y, según la wikipedia, puede liberar un veneno capaz de producir un dolor intenso a los humanos.

Mi simpatía hacia el ser humano me llevó a querer estudiar algo en que éste fuera el protagonista. Igual que el ornitorrinco es una mezcla de pato, castor y nutria; el ser humano es una mezcla de componentes físicos, psíquicos y sociales. Desestimé los componentes físicos, ya que no quería ser ni médico ni veterinario; y los psíquicos porque tampoco quería ser psicólogo. Me decanté, pues, por los componentes sociales y estudié Trabajo Social: empecé la carrera sin saber que era eso del trabajo social y tres años después, cuando me gradué, seguía sin saberlo.

No era la mejor forma de buscar trabajo, por lo del objetivo profesional claro y esas menudencias, aunque he de reconocer que a lo largo de los tres años fui teniendo indicios de sí realmente había acertado con mi elección: era de los poquísimos de la clase que no era (ni tenía intención de ser) monitor de tiempo libre, no era (ni tenía intención de ser) voluntario en una ONG, y creo que fui el que sacó la nota más baja en el proyecto de prácticas de 3º (las palabras textuales de la profesora fueron: «te he puesto un 5 por no suspenderte»). Mientras mis compañeros hicieron proyectos de colonias urbanas, rurales e incluso cósmicas para niños, residencias para la tercera edad, programas de inserción y reinserción (todas las veces que hicieran falta) de colectivos en situación de riesgo, vulnerabilidad, y no sé cuántos estratos más de urgencia social; mi proyecto trató sobre el perfil personal, familiar, social y laboral del paciente del Servicio de Psicosomática del Hospital Clínico Universitario de Zaragoza, ya que hice las prácticas en el servicio de psiquiatría de ese hospital. Preparé mi cuestionario a pacientes y mis guiones de entrevista a psiquiatras, personal de enfermería y trabajadoras sociales de servicios de salud mental externos. En definitiva mi proyecto no era de intervención social sino de investigación social. El futuro estaba claro: tenía que ser sociólogo. Así que me fui a estudiar sociología a la Universidad Pública de Navarra (UPNA).

La que no lo tenía tan claro era mi madre, que tras tres años sin saber que decir (porque yo era incapaz de explicárselo), cuando alguna vecina le preguntaba qué estudiaba su hijo pequeño, y se limitaba a responder que «algo social en Zaragoza»; a partir de ese momento, y ante la misma pregunta, en un alarde de concreción y precisión, respondía sin temor a equivocarse que «algo social en Pamplona».

A finales del verano de 2000 me convertí en licenciado en sociología, un año después (finales de verano de 2001) una civilización en forma de aviones chocó contra otra civilización en forma de torres, y el orden mundial cambió; y desde principios del verano de 2005 trabajo en una consultora de formación en Zaragoza, e intento poner en práctica lo que aprendí en la carrera.

La premisa fundamental es que la sociedad es como un ornitorrinco: extraña, rara y heterogénea.

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